Junko Furuta nació el día 18 de enero de 1971 en Saitama,
prefectura de Misato, Japón. Hija de una familia de trabajadores japoneses, su
humilde origen no le impidió sobrevivir en las diversas actividades que
realizaba, era una estudiante destacada y cultivaba un amplio número de
amistades entre sus compañeras de colegio y algunos vecinos.
No era igual con sus compañeros; muchos de ellos guardaban
resentimiento por Furuta, ya que era una chica sencilla que no participaba de
algunas de las diversiones que ellos acostumbraban. No quería relacionarse
sexualmente con ninguno de ellos, ni siquiera tenía novio, no consumía alcohol
ni drogas, y no frecuentaba los sitios de diversión de los que ellos gustaban.
Uno de sus compañeros de colegio era Miyano Hiroshi, de
dieciocho años, quien sentía una fuerte atracción no correspondida por Junko
Furuta. Hiroshi además era un joven miembro de bajo nivel de la Yakuza, la
temible mafia japonesa. Nadie se metía con él, ni en el colegio ni afuera de él,
pues tenía fama de violento.
El 22 de noviembre de 1988, cuando Furuta tenía dieciséis años,
y se dirigía a su casa, Hiroshi y tres amigos suyos le dijeron que necesitaban
hablar con ella en privado, Furuta accedió por temor y los cuatro estudiantes
la subieron a un automóvil, llevándola a la casa de los padres de Minato
Nobuharu, otro de los secuestradores, quien contaba con dieciséis años. Los otros
dos plagiarios eran Jo Kamisaku, de diecisiete años, y Wtanabe Yasushi, de diecisiete
años. Todos excepto Kamsaku eran originarios de Tokyo.
Una vez allí, los cuatro estudiantes amenazaron a Furuta:
desde aquel momento, haría lo que ellos le ordenaran a la someterías a
castigos. Furuta estaba aterrada. Lo primero que hicieron fue darle una paliza,
como castigo por no haber accedido a acompañarlos las veces que la habían invitado.
Posteriormente, la desnudaron por completo, le tomaron fotografías y podrecieron
a violarla por turnos.
Para evitar una investigación policial, Hiroshi obligo a la
chica a llamar a sus padres y fingir que había huido de casa, pero que se
hallaba con un amigo, y no corría peligro. Cuando los padres de Nobuharu se encontraban
en casa, Furuta tendría que fingir que era su novia.
Los días comenzaron a transcurrir, la amistad de su hijo con
Hiroshi, el estudiante miembro de la Yakuza, hizo que los padres decidieran no
llamar a la policía para reportar que su hijo tenía secuestrada a una joven en
su propio domicilio. Nabuharu ya ni siquiera fingía que Furuta era su novia.
Ella intento escapar en varias ocasiones y le pidió ayuda a
los padres de su secuestrador más de una vez, pero ellos no hicieron nada por temor
a las amenazas de Hiroshi, quien presumía de poder utilizar sus contactos en la
Yakuza para matar a cualquiera que tratase de intervenir.
El cautiverio de Furuta duraría cuarenta y cuatro días, sin excepción,
todos los días fue violada por uno o más de sus captores. Luego, Hiroshi comenzó
a llevar a otros miembros de bajo nivel de la Yakuza, quienes también violaban
anal y vaginalmente a Furuta. Durante el tiempo que duro su secuestro, fue
violada más de quinientas ocasiones por más de cien hombres.
Furuta se convirtió en un juguete viviente. Era obligada a
permanecer la mayor parte del tiempo desnuda. Tenía que masturbarse delante de
sus captores o de los hombres que ellos llevaban allí, para ofrecer un espectáculo
mientras bebían cerveza y antes de que procedieran a violarla. En una ocasión,
fue violada por doce hombres en un mismo día.
Hiroshi y sus amigos le introducían toda clase de objetos en
la vagina y en el ano, incluidas una botella y una barra de hierro que le causo
severas lesiones. Casi no le daban de comer y estaba desnutrida y deshidratada.
Cuando les pidió comida y agua, la obligaron a comer cucarachas vivas y a beber
su propia orina. Todo el tiempo documentaron su tortura mediante una cámara fotográfica;
las imágenes servirían como pruebas durante el juicio.
A lo largo de su cautiverio, fue torturada todos los días de
formas muy diversas. La golpeaban ocurrían a cada momento, los cuatro orinaban
encima de ella. En una ocasión, le introdujeron un cohete en el ano y lo
encendieron causeándole severas quemaduras.
La golpeaban con palos de golf, la amarraban de pies y de
manos, la pusieron boca arriba y le arrojaban pesas en el estomago. La colgaban
del techo y usaban su cuerpo como saco de arena para practicar el boxeo. Le azotaron
la cara contra el suelo de cemento. Le rompieron todos los huesos de una de las
manos a pisotones. Le introdujeron tijeras y pinchos para pollo rostizado en la
vagina y le causaron un desgarramiento. La metieron por horas en un congelador.
Le quemaron los parpados con cera caliente, le clavaron docenas de agujas de
coser en los pechos. Un día en que intento llamar a la policía y fue sorprendida;
la quemaron con cigarrillos en la vagina y le aplicaron llamas de encendedores
en el clítoris como castigo. Otro día que quiso escaparse, tomaron unos
alicates y le amputaron el pezón izquierdo.
Según las declaraciones unos de sus secuestradores tiempo después,
sus lesiones eran tan graves que le llevaba más de una hora arrastrarse
escaleras abajo para ir al baño. No podía respirar por la nariz, pues la tenia
rota. Cuando llevaba más de treinta y cinco días de cautiverio, estaba desnutrida
y llena de heridas y lesiones, que ya no podía dominar sus esfínteres, ni
ponerse de pie.
Cada vez que se orinaba, era castigada; en uno de los últimos
día, le metieron un foco caliente por la vagina, el cual se rompió adentro. Su desesperación
era tanto que cuando sus compañeros se negaron a dejarla ir, ella les suplico
que la mataran y siguieran con sus vidas.
Pero no valió. El día 4 de enero de 1989, la obligaron a
jugar al mah-jong, un juego de tablero, parecido al solitario, donde el
objetivo es eliminar piezas, con uno de ellos. Ella gano la partida, furioso,
los cuatro la golpearon salvajemente con una pesa de hierro. Le quemaron uno de
los ojos con una vela encendida.
Después rociaron sus extremidades, tronco y rostro con
combustible y le prendieron fuego; ardió durante horas. Sus alaridos de dolor
eran horribles y ellos se limitaron a burlarse de ella. Se le quemaron
totalmente los ojos quedo desfigurada. Cuando el fuego finalmente se consumió,
los cuatro se pusieron a beber cerveza mientras observaban lo que quedaba de la
chica, aun convulsionándose en el suelo. Su agonía duro cuatro horas más, mientras
ellos seguían jugando al mah-jong y le gritaban burlándose que no exagerara.
Junko Furuta murió a causa de un shock.
Cuando se dieron cuenta de que estaba muerta, tomaron su cadáver,
lo metieron en un bidón de metal y lo llenaron de cemento. Dejaron el tonel en
Koko, Tokio. Fue encontrado poco después. La autopsia mostro las torturas a las
que Furuta había sido sometida y los médicos hallaron rastros de semen de más
de un centenar de hombres diferentes en su ano y vagina. Su familia fue
notificada de conciencia, quedo totalmente destrozada psicológicamente y nunca
pudo reponerse.
Un informante infiltrado en la Yakuza aviso a la policía quienes
eran los autores del crimen. Los cuatro jóvenes fueron arrestados y en juzgados
como adultos, pero la legislación japonesa prohibía la publicación de las
identidades de los ofensores juveniles.
Sin embargo, sus nombres trascendieron a la prensa. Los medios
realizaron una cobertura amarillista del hecho, enfocándose en la vida de Junko
Furuta y replanteando la poca dureza de la legislación japonesa contra los
delincuentes juveniles.
Los acusados fueron condenados por secuestro y por provocar
heridas que producen una muerte. Los padres de Junko Furuta ganaron además una
demanda civil contra los padres de Noburharu, obteniendo 50.000.000.00 de
yenes, pero de poco sirvió; los cuatro fueron excarcelados poco tiempo después,
dado que eran menores de edad. Actualmente, los cuatro se encuentran libres;
todos cambiaron sus nombres y se establecieron en otra parte de Japón. En el
2010, Jo Kamisaku volvió a prisión, tras provocar una pelea con un joven de 27
años llamado Takatoshi Isono, a quien golpeo salvajemente y después metió por
horas en el maletero de un coche.
Se cree que nadie ayudo a la joven por el temor a Kamisaku,
quien a la sazón hacia parte de la mafia japonesa, sin embargo, la opinión pública
del país se indigno no solo ante la incapacidad de la justicia para actuar,
sino ante la indiferencia de un centenar de personas que dejaron que la joven
inocente muriera.
Al final, Junko murió en vano, su caso horrorizo a la opinión
pública, no cambio nada en la legislación del país, esta horrenda historia no
tiene ningún final feliz, ni siquiera justa.
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