Se dice que en las proximidades de los Urales, había un
pueblo, y en él una pequeña casa en la que vivía un matrimonio con su hijo llamado
Grischa, pese a que el muchacho había acompañado a sus padres en diversos
viajes, aseguraba que ningún lugar se pida comparar en cuanto a la belleza con
su poblado y sus alrededores, colmados de maravillas naturales, ni las grandes
estructuras, ni la magnificencia del rio Moskva a su paso por Moscú o los
suntuosos palacios de Zar hacían sombre a la tierra que habitaba Grischa, nada
hasta que conoció y se enamoro perdidamente de Natalyja.
Las dos enemorados pasaban largas tardes planeando sobre su
futuro en común y sobre la posibilidad de tener hijos algún día; a veces
tomaban Michkas y bebían Kumy o simplemente se tomaban de la mano y se miraban
mutuamente durante horas, incluso en los peores momentos, Grischa sentía que
mientras estuviese junto a Natalyja nada podría hacerle daño, peo comenzaba a
albergar el temor de que su suerte cambiase de un momento a otro, como
finalmente a otro, como finalmente sucedió.
Una tarde, Grischa llevaba como regalo a Natalyja una caja
de Michkas mientras pensaba en las más sublimes palabras para dedicarle a su
amada, al verla, le dedico una amplia sonrisa y un beso, pero cuando sus labios
se ajuntaron Grischa advirtió que algo no marchaba bien, pues aquel beso era
tan frio e indiferente como el de un desconocido, acto seguido Natalyja le confesó
que su relación había llegado a su fin, ya que ella debía marcharse lejos.
El desolado Grischa tuvo que enfrentarse a la situación, pero su amor por ella no dejo
pensar en otra cosa y comenzó a buscarla por todas partes, en el campo, el
pueblos vecinos, en las calles y callejones, hasta que un día vio fugazmente y
se acerco, pero en su desesperación por recuperarla sus palabras hacia ella
fueron torpes e impertinentes, de reproche por su actitud, a lo que Natalyja respondió
con desdén, al ver el error que había cometido por no pensar sus palabras, decidió
que ya no la buscaría mas y que la había perdido para siempre.
Pero una tarde, Grischa vio a Natalyja en la distancia, pero
en lugar de acercarse se quedo mirándola desde lejos, viendo que los años la habían
vuelto incluso más hermosa que antes,
las llamas de su pasión por ella aun ardían con intensidad, pero había decidido
dejar que Natalyja fuese libre, así que se marcho.
Poco después, Grischa se encontraba a orillas del mar negro
y lentamente comenzó a adentrarse en sus aguas hasta que desapareció bajo
ellas, se dice que la pasión de su corazón dio a los atardeceres el color rojo
del fuego, el de la llama que ni las frías aguas pudieron apagar.
Ntalyja nunca supo que el color carmesí de los atardeceres nació
del recuerdo de su joven amor.
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