A mediados del siglo XIX, limpiando en un trastero de la
universidad de Valladolid, un bedel se encontró con una silla abandonada en una
esquina, como un trasto más, cansado, decidió sentarse un rato. Tres días después
lo encontraron en el trastero, en la misma esquina, en la misma silla, muerto.
Cuando un segundo bedel murió en las mismas circunstancias,
las alarmas se dispararon y la leyenda se fraguo.
La leyenda de la silla del diablo se remonta al año 1550,
cuando se fundo la primera catedra de anotomía humana de España en la facultad
de medicina de la universidad de Valladolid, dirigida por Alonso Rodríguez de
Guevara, quien llevo a cabo las primeras disecciones humanas en España, gracias
a un permiso real. A dicha universidad asistió un joven de origen portugués y sefardí,
llamado Andrés de Proaza, de 22 años de edad, con gran interés por la anatomía humana.
La leyenda relata que ese mismo año se denunció la desaparición
de un niño de 9 años, mientras que los vecinos de la calle Esgueva de Valladolid
declararon que desde el sótano de la casa del joven Andrés, cuyas traseras dan
a la actual calle de la Solanilla, se oían gemidos, llantos, y extraños ruidos
y veían salir agua sanguinolenta a través del desagüe, que teñían de rojo las
aguas de uno de los ramales del rio Esgueva. Los vecinos alertaron a las
autoridades de la ciudad. El hallazgo al abrir el sótano fue espeluznante: en
una mesa de madera encontraron el cuerpo del niño desaparecido, despedazado
tras haberle practicado en vida una autopsia. Además, se hallaron cadáveres de
perros y gatos en la misma postura que el cuerpo humano de la mesa.
Andrés confeso que tenia un pacto con el diablo a través de
una silla que estaba en su escritorio, en la que se sentaba a escribir sus terroríficas
ideas, y sus espantosas notas, de la nigromancia o autopsia que practicaba con
los seres vivos que cazaba. Al sentarse en este sillón, el diablo le ofrecía
toda la sabiduría del mundo en medicina y se comunicaba con el.
Al proceder a registrar los pisos superiores de su casa se encontró
la silla, fabricada con madera de cedro, con resplandor y reposo de cuero y
color marrón.
Proaza fue condenado por la inquisición a morir en la
hoguera, sus inmuebles, y con ellos el sillón, fueron expuestos en subasta pública,
pero nadie los adquirió debido a la fama de nigromante que acompañaba a su
dueño. El sillón se mantuvo en posesión de la universidad de Valladolid.
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